José Miguel: El policía que tiene un corazón que no le cabe en el pecho
José Miguel: El policía de corazón que no se rinde
José Miguel es un huracán de bondad envuelto en una sonrisa. Policía local de Villarrubia de los Ojos, en Castilla La Mancha, hablar con él es como abrir un libro que te atrapa desde la primera página: lleno de historias, de esas que te hacen reír, reflexionar y apretar los puños de rabia. Es todo corazón, una persona encantadora que vivía por y para su pueblo, cuidando sus calles con un orgullo que le salía del alma.
Se unió al cuerpo con una ilusión inmensa, pero la vida le tenía preparada una emboscada. Una incapacidad permanente lo arrancó de su uniforme, de su pasión. El Ayuntamiento lo expulsó sin miramientos y le dejó una pensión miserable: el 55% de un sueldo que, en Castilla La Mancha, ya era de por sí bajo. “Es una miseria, no da ni para respirar”, dice con esa mezcla de dolor y fuerza que lo define. Pero José Miguel no es de los que se quiebran fácil.
Por años se negó a denunciar a su Ayuntamiento. “Quería confiar en la palabra de los políticos, creer que harían lo justo”, cuenta, y se le nota el peso de esa esperanza traicionada. Aguantó, calló, mientras veía su vida desmoronarse. Hasta que dijo basta. Hoy sigue peleando en los tribunales, esperando que el Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha (TSJCM) le devuelva lo que le quitaron: su trabajo, su lugar, su dignidad.
Pero José Miguel no es solo su lucha; es la lucha de muchos. Miembro de la junta directiva de AILPOLD, esta asociación se convirtió en su segunda familia y él en un pilar para sus compañeros. En Castilla-La Mancha, dejó una huella imborrable: junto a AILPOLD, peleó en todos los estamentos ayuntamientos, parlamentos, oficinas frías y logró uno de los cambios más grandes que se recuerdan. Gracias a él, ningún compañero de la región volverá a ser expulsado como lo fue él. “Comparecí donde hizo falta, con el corazón en la mano, porque no quería que nadie pasara por esto”, dice, y su voz tiembla de orgullo.
No se queda quieto. Se apunta a bolsas de trabajo, oposita en ayuntamientos cercanos, buscando un hueco donde encajar. Pero su sueño sigue siendo el mismo: volver a ser policía en Villarrubia, sentir de nuevo el cariño de su gente, ese que lo hacía levantarse cada día con una sonrisa. “Era feliz ahí, me sentía querido, útil. Eso no lo cambia nada”, confiesa, y te lo crees porque lo lleva escrito en los ojos.
En este camino, tiene su refugio: su mujer y sus niños. Ellos son su alegría, su fuerza. “Sin ellos no sería nada”, admite, y se le ilumina la cara al hablar de sus pequeños, de cómo lo abrazan y lo salvan de los días oscuros. Su mujer es su roca, la que lo sostiene cuando todo pesa demasiado.
Hoy, José Miguel sigue ayudando a muchísimos compañeros. Desde AILPOLD, escucha, guía, pelea por quienes, como él, han visto su vida torcida por una discapacidad. No pide lástima; pide justicia. Y aunque el TSJCM aún no resuelve, él no pierde la fe. Se levanta cada día, da pasos pequeños pero firmes, rehaciendo su vida con la misma pasión con la que patrullaba. Porque José Miguel no es solo un policía, un padre, un luchador. Es un hombre que, con su corazón inmenso, ha cambiado el destino de otros. Y eso, nadie se lo quita.