Hoy quiero compartir contigo la historia de Jonathan, un compañero con un corazón enorme , un amigo, un policía de pura cepa. Su sangre es azul, no porque lo diga él, sino porque lo lleva grabado en el alma, solo hay que escucharle un rato para darse de como siente este trabajo. Ser policía no es solo su oficio, es su vida, su pasión, lo que le da sentido a cada día. Su mayor pesadilla siempre fue tener que renunciar a lo que más ama: ayudar a los demás desde las filas de la policía. Hoy, por fin, está donde siempre debió estar, y desde AILPOLD nos sentimos honrados de contar con él en nuestra asociación, un hombre que desde las Islas afortunadas nos aporta fuerza, compromiso y corazón.

Mi historia, la de Jonathan contada en primera persona, esta historia comenzó un día que nunca olvidaré: noviembre de 2015. Estaba de servicio en una zona de ocio, haciendo lo que amaba, cuando un accidente cambió mi vida para siempre. Una lesión grave en mi hombro derecho marcó el inicio de un calvario que no deseo a nadie. Dos años de dolor constante, tres operaciones, y una lucha diaria contra algo que ni las medicinas podían aliviar. Vivía atrapado en mi cuerpo, un cuerpo que no me dejaba respirar, que me robaba la paz. Hasta que llegó el 17 de noviembre de 2017, el día en que me implantaron una prótesis en el hombro. Ese día, por primera vez en mucho tiempo, sentí un alivio, una chispa de esperanza. No sabía lo que era despertarme sin dolor hasta entonces.

Dicen que el cuerpo y la mente se adaptan a todo, y es verdad. Aprendí a convivir con el dolor, pero ese proceso me transformó. Cambió mi forma de ser, mis relaciones con mi familia, con mis amigos. Me vi solo en muchos momentos, enfrentándome a una palabra que se convirtió en mi bandera: resiliencia. Porque si no salía yo de ese pozo, nadie lo iba a hacer por mí.

En ese camino lleno de sombras, hubo una luz que nunca se apagó: AILPOLD. Desde aquí quiero darles las gracias, de corazón, a cada persona que forma parte de esta asociación. No alcanzo a nombrarlos a todos, pero prometo que algún día lo haré en persona. Cada vez que los llamaba, destrozado, llorando por el dolor y la impotencia, encontraba al otro lado del teléfono una voz tranquila que me decía: “Jonathan, luchamos juntos”. Y lo hicieron. Estuvieron conmigo en cada paso, escuchando mis frustraciones, compartiendo mi carga. Este no es un grupo cualquiera; son personas que no solo cuentan historias, sino que las han vivido en carne propia, que entienden lo que significa ver tus derechos vulnerados por una discapacidad que no pediste.

Mientras mi mundo personal se desmoronaba por un accidente en acto de servicio, mi vida profesional también se tambaleaba. En mayo de 2017 llegó el golpe más duro: me notificaron que estaba expulsado del cuerpo por una Incapacidad Permanente Total. Sin empatía, sin consideración. Yo, que nunca di problemas, que solo quería ser policía, me vi fuera por algo que no elegí y me encontré entregando mi uniforme, mi placa , mi forma de vida, solo una persona que se ha puesto el uniforme puede entender que quitarte esto es arrancarte una parte de tu alma .

Pero por desgracia sabía desde el principio que mi lesión era grave, que no podría volver al servicio activo como antes. Lo asumí, pedí el pase a segunda actividad una y otra vez, pero la ignorancia y la mala fe de la administración me cerraron todas las puertas. No me rendí. Demandé al Ayuntamiento, porque aunque mi cuerpo ya no fuera el mismo, mi espíritu seguía siendo el de un policía.

Entonces aparecieron ellos: Vicente Flores, presidente de AILPOLD, y José Antonio, delegado en Madrid. Juntos iniciamos una batalla que nos llevó hasta el Parlamento de Canarias. Nos reunimos con todos los grupos parlamentarios, logramos resoluciones, comparecimos en la Comisión de Discapacidad. Participamos en el borrador de la Ley de Coordinación de la Policía de Canarias, paralizada por la FECAM, y asesoramos a otros compañeros de las islas, explicándoles lo que significa la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad, una normativa que llevamos años exigiendo que se cumpla.

Tras años de lucha, llegó el momento de la verdad. Una jueza estimó mi recurso contencioso administrativo, anuló mi expulsión y reconoció mi derecho a la segunda actividad. Ese día sentí que alguien, por fin, entendía que trabajar es un derecho, que adaptar no es una palabra vacía. Y el 23 de julio de 2019, el Pleno del Ayuntamiento decidió por unanimidad reincorporarme, acatando la sentencia sin recurrirla. Pero lo que nunca imaginé fue lo que vino después: unas disculpas públicas. El Ayuntamiento reconoció el daño causado, se disculpó con sinceridad y me devolvió la esperanza. Porque cuando te piden perdón de verdad, cuando reparan el dolor, puedes volver a mirar al futuro con ilusión.

A ti compañero, que sigues luchando, que esperas una resolución o te enfrentas a una incapacidad, te digo una cosa: no te rindas. La única estrategia que funciona es la resiliencia. Tenemos derecho a esa esperanza, y nos la deben después de tanto.

Hoy, estoy donde pertenezco: en la policía. Y desde AILPOLD, seguimos peleando por quienes, como yo, solo quieren volver a ser lo que siempre fueron.

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