Juan Cadenas: El policía que perdió un ojo, pero no la dignidad
Hay historias que duelen al contarlas, que te atraviesan como un cristal roto el corazón. La de Juan Cadenas es una de esas , un amigo, un compañero que siempre será policía , una persona de la que no solo hay que aprender como gran policía, solo hay que escucharlo para ver que es especial.
La historia de Juan es la historia de un policía local de Puerto Serrano, Cádiz, que en la madrugada del 17 de enero de 2015 vio cómo su vida se desmoronaba en un instante, víctima de una agresión brutal que le arrancó un ojo y casi lo mata. Pero lo que vino después fue aún más duro: una lucha interminable contra la injusticia, la burocracia y el abandono, un calvario que lo marcó tan profundamente como las heridas físicas.
Juan tenía solo 31 años, una vocación que le ardía en el pecho desde niño y una familia que dependía de él. Aquella noche, mientras patrullaba con un compañero, se topó con Jorge Venegas, del clan conocido como “Los Cachimbas”, haciendo trompos con su coche por el pueblo. Podría haber mirado para otro lado, como tantos otros ante el temor que esa familia inspiraba en Puerto Serrano. Pero Juan no era así. Decidió actuar, detenerlo. Lo que no imaginaba era que esa decisión desataría una pesadilla en su vida.
Tras arrestar a Jorge y llevarlo a la jefatura un edificio precario, un antiguo bar con una puerta de cristal que no ofrecía seguridad alguna, los hermanos Venegas, Pedro y José, irrumpieron con furia. Pedro, armado con un trozo de vidrio de esa misma puerta rota, se abalanzó sobre Juan. “Te voy a matar”, le gritó. El cristal se hundió en su ojo izquierdo, le rajó el rostro, el paladar, y pasó a apenas un centímetro de su yugular. Juan cayó al suelo, empapado en sangre, mientras su compañero, cegado por un spray, no podía ayudarlo. Sacó su pistola, pero no disparó. “Pensé en mis hijos, en no meterme en líos”, confesaría después. Logró escapar al coche patrulla, vivo de milagro.
El ataque le dejó ciego de un ojo, con secuelas físicas permanentes y un trauma psicológico que aún lo persigue en pesadillas. Pero el verdadero infierno empezó cuando la administración, esa que debía protegerlo, le dio la espalda. Le reconocieron una Incapacidad Permanente Total, apenas el 55% de su sueldo, mientras su agresor, Pedro Venegas, recibía de oficio una pensión absoluta del 100% por “trastorno psiquiátrico”. Una paradoja cruel que Juan aún no entiende: “Es lamentable que yo tenga que pelear en juicios mientras él, que casi me mata, tiene más derechos que yo”.
Durante años, Juan luchó en los tribunales. Contra el Ayuntamiento de Puerto Serrano, por no garantizar la seguridad en la jefatura las cámaras eran falsas, la puerta no era blindada, todo era un puto desastre nos dice. Lucho contra el INSS, que se negaba a aplicar la Ley de Prevención de Riesgos Laborales a los policías. Fueron seis juicios, seis años de desgaste, de sentirse humillado, de escuchar que no valía para nada. “Me convirtieron en un inútil”, decía, con la voz rota. Su sueldo mermado apenas alcanzaba para mantener a su mujer y sus tres hijos, uno de ellos en Cádiz, a quien pagaba manutención. Las noches eran lo peor: flashes del ataque, insomnio, el miedo constante a perder el ojo sano.
Pero Juan no estaba solo. Su abogado, Ramón Dávila, se volcó en su caso, y AILPOLD, una asociación que defiende a policías con discapacidades, le dio el apoyo que su administración le negó. Compañeros de toda España mossos, guardias civiles, locales le tendieron la mano. Y su familia, su refugio, lo sostuvo cuando todo parecía derrumbarse.
En 2021, tras una batalla titánica, llegaron las victorias. La justicia condenó a “Los Cachimbas” a penas de hasta 13 años de prisión. El TSJ de Andalucía reconoció que la jefatura no cumplía las normas de seguridad, y el Ayuntamiento fue obligado a indemnizarlo. El nuevo alcalde, Daniel Pérez, llegó a un acuerdo con Juan para cerrar los pleitos, un gesto de humanidad que contrastó con el abandono anterior. “Por fin siento que se ha hecho justicia”, dijo Juan el día que supo que todo acababa, coincidiendo con su cumpleaños. Pero añadía: “Estoy satisfecho, pero cansado. Ha sido muy duro”.
Hoy, a sus 41 años, Juan vive en Ubrique con su mujer y sus hijos pequeños. No puede volver a ser policía, su gran pasión, pero ha encontrado un propósito: ayudar a otros agentes en su situación, abogar por una ley que proteja de verdad a quienes se juegan la vida por los demás. Su cuerpo lleva las cicatrices de aquella noche, su mente las de la lucha que siguió. Sin embargo, hay algo que nadie le quitó: su dignidad. “Tengo la conciencia tranquila”, dice. Y eso, en un mundo que a veces parece olvidar a sus héroes, es su mayor triunfo.
Hoy pasea por sus olivos sintiéndose un hombre afortunado con su fiel compañera Magui.