Domingo ,el compañero que lucho hasta regresar al trabajo
Hoy quiero contarte la historia de Domingo, un hombre de 37 años que soñaba con ser policía porque era algo que le llenaba el alma. Se unió al cuerpo con ilusión, pero en octubre de 2012, su vida dio un giro que nunca imaginó. Todo empezó con un aviso pequeño mientras estaba de servicio: un día, después de una mañana normal de trabajo, al volver a la unidad para descansar, sintió que algo no iba bien. Un dolor de cabeza brutal y un mareo fuerte lo tumbaron. Lo llevaron al hospital más cercano y, tras varias pruebas, le dijeron que solo era un poco de vértigo, que no pasaba nada. Confió en ellos y siguió adelante.
Pero un mes después, mientras trabajaba, el mareo volvió. Esta vez no fue un susto pasajero: perdió el conocimiento, el dolor de cabeza era insoportable. Otra vez al hospital. “No te preocupes, es solo un mareo más fuerte”, le insistieron, y lo mandaron a casa. Él sabía que algo estaba mal, pero ¿qué iba a hacer? Siguió las indicaciones. Al día siguiente, al levantarse, el mundo se le vino encima: todo le daba vueltas, no podía caminar recto, apenas entendía lo que le decían. Lo llevaron a la Mutua, lo dieron de baja y, al verle un derrame grave en un ojo, le mandaron una resonancia urgente. Días después, el golpe: había tenido un ictus. Y lo peor estaba por llegar. Quince días más tarde, en casa, otra vez ese dolor atroz en la cabeza. Cayó inconsciente en el salón. Su mujer lo vio todo, cómo no podía hablar bien, cómo decía cosas sin sentido. El SUMA llegó corriendo. Era otro ictus, en la misma zona del cerebelo, en el polígono de Willis.
Eso fue en 2012. Domingo no pudo volver a su puesto. “Me dieron la baja y no sabía qué hacer. Era como un autómata, no entendía nada. Había tenido varios ictus isquémicos”, recuerda. Antes ya había tenido un aviso, pero como tantos, pensó: “Esto no me puede pasar a mí”. Craso error. Cayó en una depresión profunda. Todo le parecía imposible: no podía cuidar a su hija, no entendía nada, se caía constantemente. “Por las mañanas no podía ni levantarme de la cama”, dice con la voz rota. En medio de ese infierno, entre citas con especialistas, llegó una carta de la Seguridad Social: incapacidad permanente con solo ocho meses de baja, sin ni siquiera verlo. Luego, una llamada del Ayuntamiento: estaba jubilado. “No entendía nada. Fui con mi mujer a personal, y me notificaron el cese como si nada. Me dijeron que era lo normal, que me cuidara. Yo no dudé de ellos”, cuenta.
Seis meses después, tras rehabilitación y tratamiento para la angustia y la depresión, empezó a despertar. Entonces lo entendió: lo habían jubilado a la fuerza. “Recibí una carta certificada confirmando que era pensionista”, recuerda. Pero el golpe más duro llegó días después, cuando su unidad le pidió que devolviera la ropa y sus cosas. “Fue el día más triste de mi vida. Es como si te arrancaran un pedazo del corazón”, confiesa.
No hubo decreto, ni notificación oficial, ni capacidad de defenderse. Nada. El INSS, tras un informe de la Mutua, decidió que no podía seguir. Domingo lo sabía: “Con anticoagulantes y en mi estado, no podía ser agente de calle como antes”. Pero había mil puestos adaptados en Madrid donde podía haber encajado. No se rindió. Tras años de lucha, juicios y trámites con la Seguridad Social, en 2018 logró volver. “Me saqué la oposición con sudor y lágrimas, trabajaba 12 horas al día en la privada, aprobé en cuatro municipios. Y por una enfermedad me echaron sin un papel”, lamenta.
Domingo es padre de una niña. Tenía una vida estable, un sueldo digno, y de pronto se vio con la mitad de ingresos. “Fue durísimo”, dice. Pidió al Ayuntamiento un puesto adaptado, pero se lo negaron. Se sintió perdido, “en tierra de nadie”. Hasta que conoció a Rentero, un compañero de Madrid que fue como un hermano, y a Vicenç Flores, de la Asociación de Policías con Discapacidad (AILPOLD). “Sin ellos estaría perdido”, agradece. Con su ayuda, peleó por sus derechos. Llegó hasta el Tribunal Supremo, recurrió todo, y lo consiguió: en 2018 volvió a un puesto operativo con limitaciones.
Aún tiene batallas legales abiertas, y dice que, aunque han pasado dos años desde su reingreso, la justicia no está completa. Pero no se rinde. “Estoy feliz de volver. Quiero que mis compañeros no bajen los brazos. Trabajar es un derecho, y hay que adaptarse, no conformarse”, insiste. “Me frustró y dolió, pero también me llena de orgullo haberlo logrado”.
Domingo anima a quienes enfrentan una discapacidad sobrevenida: “Se puede, aunque haya que pelear muchísimo. No hay que temer a las administraciones. Esto no es solo por un puesto, es por no dejar que te pisoteen como persona”. Ahora, como delegado presidente de AILPOLD , ayuda a otros a no sentirse solos. “Hay compañeros perdidos como lo estuve yo. Merecemos un puesto adaptado, sentirnos útiles”, subraya.
Tras cinco años de lucha, venció. “No tenían que haberme jubilado nunca. Siempre te queda un nudo en el pecho, pero también la satisfacción de haberlo ganado”. Domingo no solo recuperó su trabajo: recuperó su dignidad y a día de hoy esta en la calle haciendo lo que más le gusta » Ser Policía».